Transporte y sustentabilidad urbana

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La magnitud y forma de la expansión de Santiago es preocupante desde el punto de vista sustentable, pero más grave es su inaceptable patrón de segregación social y funcional. Los sectores ricos separados de los más pobres y, en paralelo, la principal oferta ocupacional cada vez más lejana de estos últimos, generando una evidente inequidad. Por ejemplo, la longitud del viaje al trabajo de los ciudadanos de menos recursos crece cada año.

El principal desafío de sustentabilidad que enfrentan los planificadores de transporte urbano, está asociado a tres causas: la excesiva importancia adjudicada al rol del auto particular; un crecimiento ineficiente de las ciudades, por extensión más que densificación; y una huella ecológica demasiado alta. Atacar este problema de “complejidad organizada ”, caracterizado recientemente como problema retorcido (wicked problem), no es sencillo debido a sus múltiples interacciones, externalidades, objetivos conflictivos y enorme magnitud.

¿Qué rol juegan los distintos modos de transporte en este entuerto? En los horarios de mayor congestión, el automóvil es el “enemigo público Nº1” desde el punto de vista social, ya que contamina, congestiona, demanda espacio urbano y causa más accidentes que todos los restantes. No obstante, si el gobierno incentiva la electro-movilidad y el advenimiento de los vehículos autónomos cumple su promesa, esta calificación podría mejorar. Una amenaza creciente es la motocicleta (por los mismos motivos, pero enfatizando su inseguridad), cuyo nocivo crecimiento ha sido devastador en Asia y varios países de Latinoamérica. En Chile es aún minoritaria y el gobierno puede actuar a tiempo, para prevenir antes que curar.

El Metro y ferrocarriles de cercanía son extremadamente eficientes, pero bastante inflexibles. Su costo los obliga a operar en corredores con gran demanda (más de 30 mil pasajeros por hora y dirección) y su éxito depende, como en Santiago, de formar parte de un sistema con tarifa integrada. Los buses, sobre todo si cuentan con prioridad para circular sin ser afectados por la congestión automovilística, son un modo de notable rendimiento. En Santiago están al debe por culpa de todos los involucrados: el gobierno no ha provisto la infraestructura adecuada (vías exclusivas y semáforos prioritarios), los usuarios no se comportan civilmente (evasión, destrozos), y las empresas operadoras no han entendido la importancia de otorgar un servicio de calidad (choferes mal entrenados, vehículos de mediocre calidad y mantención inadecuada).

El transporte activo, caminata y bicicleta, es –por lejos– el modo más sustentable. Santiago debería ser repensada, planificando un uso de suelo más eficiente y equitativo, restando preponderancia al automóvil y dando prioridad a ciclistas y peatones sobre los vehículos motorizados. Esto demanda una amplia red de ciclovías bien diseñadas, junto a parqueaderos de alta calidad y seguridad, y un espacio público bien concebido con más parques y equipamiento urbano, como veredas amplias y acogedoras, que invite y facilite el desplazamiento peatonal.

¿Que se necesita para avanzar fuertemente en estas líneas?

Varias cosas; primero contar con un paladín, como Peñalosa en Bogotá o Livingstone en Londres, capaz de inspirar a la ciudadanía y actuar rápida y decisivamente en implementar las ideas anteriores. Segundo, una institucionalidad que permita al paladín ejercer su liderazgo en forma efectiva, y tercero, un cambio importante en nuestra metodología de evaluación social, actualmente muy sesgada a justificar iniciativas que favorecen el desarrollo del automóvil.