29 May Jonathan Barton/ Amortiguadores sociales frente a los desastres
Por Jonathan Barton / Director del CEDEUS e investigador del cluster Planificación Integrada.
En el terremoto de Kobe, Japón, en 1995, el 80% de la gente rescatada fue apoyada por vecinos y no por servicios profesionales. Siguiendo ese modelo, en San Francisco, para enfrentar ‘The Big One’ –el esperado mega terremoto–, las organizaciones barriales se agrupan dentro del SPUR Resilient City. Su meta, como dicen ellos mismos, es asegurar la resiliencia de la ciudad y la capacidad de sus habitantes no sólo de sobrevivir sino que de salir adelante cuando ese u otros desastres acontezcan. Para ello, se agrupan en torno a ‘hubs’ de Respuesta Comunitaria al Desastre a nivel distrital, lo que les permite coordinar información y recursos. Además, tienen como desafío principal para la comunidad crear un gran vecindario, un lugar donde se realice una planificación urbana sustentable, que considere la estrecha relación que existe entre el transporte, el uso de suelos, los espacios públicos y los recursos naturales como el agua.
Desde que comenzó la iniciativa en la década de 1990, 17 mil residentes de San Francisco han sido capacitados por los bomberos de la ciudad, a través del Neighbourhood Emergency Response Team program, para promover ‘una cultura de preparación’, con conocimientos de control de incendios pequeños, primeros auxilios, gestión de recursos de emergencias, entre otros. Ello les permitirá reaccionar, al nivel más local posible, auto-movilizándose y operando autónomamente por lo menos en las 48 horas posteriores al desastre.
Los sistemas centralizados son necesarios para administrar ciertos procesos de planificación e inversión, pero la organización local es fundamental para responder frente a una catástrofe, que puede ser un terremoto, tsunami, erupción volcánica o incendio. Esperar apoyo central o internacional no resuelve las emergencias durante las primeras horas. Siguiendo el ejemplo de San Francisco, se puede plantear que las Unidades Vecinales de Chile deben ser las protagonistas en la preparación comunitaria, en el aseguramiento de los recursos básicos, en la realización de simulacros locales y en la certificación de competencias.
Las ciudades son frágiles no por su materialidad, sino que por las decisiones sobre localización, riesgos anticipados, diseño y personas que viven allí. Éstas no alterarán el desastre en sí, sino nuestra resiliencia frente a él, que implica que aunque seamos afectados, cómo y cuán rápido volveremos a recuperar la ‘normalidad’, entendiendo que los daños sicológicos toman más tiempo en reconstruirse que los daños en hormigón. De la misma forma que tenemos amortiguadores para edificios que permiten reducir los daños de un terremoto, debemos implementar amortiguadores sociales frente a estos eventos, al nivel más local posible. Nos guste o no, convivir con los azotes de la naturaleza es más parte de la cultura chilena y de su evolución urbana de lo que quisiéramos.