Entrevista a Martín Tironi: “La pandemia ayudó muchísimo a relevar la importancia del cuidado como pilar de nuestra vida social”

Diciembre 2021/Revista Planeo/ En un contexto de ciudades post pandemia y en un Chile tras Estallido social con una Convención Constituyente en pleno desarrollo, el investigador CEDEUS, Martín Tironi, aborda los desafíos que tiene Chile en cohesión social, integración, cuidados y nuevos paradigmas. 

«Creo que la crisis sanitaria como la político-social que vivió Chile, es una suerte de emplazamiento a mirar con ojos críticos los modos en que estamos cohabitando nuestro planeta, nuestras ciudades, comunas, barrios».

1.- De acuerdo a tu formación inicial en el campo de las Ciencias Sociales ¿Cómo surge el interés por abordar temáticas relacionadas con la CTS, los estudios urbanos y el diseño? ¿Cuáles fueron esas conexiones interdisciplinarias de mayor influencia en su momento?

Muchas gracias Diego por invitarme a conversar contigo. Mi aproximación a los Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad o STS en inglés (science and technologies studies), surge en Francia. Primero hago mi máster, tomando cursos de “antropología de la técnica”, “filosofía de la ciencia”, “cultura material”. Luego, cuando hago mi doctorado en el Centre de Sociologie de l’Innovation (CSI), de la École des Mines de Paris, donde derechamente adoptó enfoques STS. Se trata de un centro bastante interdisciplinario y donde se fraguó la Actor-Network Theory. Para que te hagas una idea, ahí se desarrollaban seminarios doctorales con personas como Bruno Latour y Michel Callon, Antoine Hennion, Madelaine Akrich. Entonces mi aproximación a los STS viene de esa formación doctoral.

El tema urbano y de diseño emerge cuando me enfrento al problema de tesis, que tenía que ver con comprender la producción a gran escala de la infraestructura de bicicletas públicas en París. En los años 2010/2012, lo urbano en los estudios STS no era un tema relevante sobre el cual hubiese muchas personas trabajando. Estaba el libro de Bruno Latour “Paris: ville invisible” (2009), que acaba de ser reeditado, pero emergen después algunas perspectivas que serán claves para mi tesis.  En esta línea, hay tres conceptos que sirvieron como caja de herramientas.

El primero, tiene que ver con una sensibilidad de carácter mas bien metodológica, en torno a idea de mantención y reparación. En ese momento surge una preocupación por las prácticas de mantención, reparación y cuidado. Las Ciencias Sociales siempre habían mostrado mayor preocupación por la fragilidad del orden social, de ahí conceptos como (“integración”, “cohesión”, “orden social”), pero muy poca atención había recibido la fragilidad del mudo “material”. Por tanto, la apuesta de este giro por la mantención tiene ver con extender la premisa de la fragilidad hacia los objetos e infraestructuras, es decir, entender como los objetos están, al igual que el orden social, constantemente en un proceso de deterioro o desgaste. Gran parte de la vida de los objetos e infraestructura consiste en mantenerse, hacer posibles sus condiciones de existencia. Esta aproximación me llevó a hacer una etnografía de 6 meses acompañando el trabajo de los agentes de mantención, tratando de comprender esos inmóviles de la movilidad, aquellas prácticas distribuidas que articulan situadamente la producción y mantención de la movilidad.

El segundo concepto importante en mi aproximación a lo urbano durante mi tesis tuvo que ver con la idea de “pluralidad ontológica”, que se vincula con la idea de “modos de existencia” de Latour. Aquí también autores como John Law, o el trabajo compilatorio que hizo Ignacio Farías en torno a la noción de ensamblaje urbano, fueron importantes en la mirada a lo urbano. De tal modo que la idea de pluralidad ontológica me permitió dos operaciones: por una parte, ahondar en la relevancia que tenía examinar esta infraestructura urbana desde el registro ontológico de las prácticas de mantención, interrogando ahí los discursos predominantes de la “ciudad innovadora”, “creativa”, “Smart”, etc.

La segunda utilidad de este concepto fue permitirme hacer visible el co-funcionamiento o “interdependencias” entre elementos “humanos” y “más que humanos” que se enredan y se agencian en una determinada infraestructura. Y el tercer concepto fue el de “experimentación”, muy discutido en los STS, pero que me permitió entender de que manera la ciudad está siendo intervenida por proyectos de innovación o transformación en diferentes escalas. Por eso mi tesis se llamaba “La ciudad como experimentación”, y trataba de analizar diferentes ensamblajes de la experimentación en la ciudad, ya sea desde “arriba”, o desde las prácticas de los mantenedores y los usuarios.

2.-Desde tu perspectiva y lo que has estado pensando en estos tiempos de crisis: ¿Podríamos pensar en algún tipo de ensamblaje o conexión entre la crisis socio-política del 2019 y la sanitaria del COVID-19?

Honestamente no había pensado una relación posible entre pandemia y estallido social, pero me parece muy interesante ensayar relaciones posibles entre ambas crisis que vivimos en un lapso tan rápido de tiempo. Uno podría sugerir que a pesar de la naturaleza disímil de estas crisis (una sanitaria, producida por un agente invisible como es un virus, y otra social producida por un agente bastante mas visible como es un malestar acumulado); hay un elemento común, que tiene que ver con una crisis en los modos de co-habitar, de co-existir entre humanos y “otros que humanos”.

De alguna manera ambos eventos desestabilizaron de manera radical lo construído por un determinado grupo de humanos, una cierta élite política-económica cerrada y muy orientada por el relato modernizador. Estas disrupciones, directa o indirectamente, han obligado repensar cómo estamos haciendo las cosas, a “ralentizar la marcha” como diría Isabelle Stengers, convocado nuevos afectos, relaciones y lógicas de pensamiento que antes estaban invisibilizadas o renegadas.  Lo que es evidente es que estas crisis no pueden ser explicadas usando las mismas lógicas que la produjeron, y por eso emerge un llamado, diría que casi urgente, a buscar nuevos conceptos, relatos, y a no dar por sentado los modos en que organizamos la vida social, las formas de establecer relación con el medio ambiente.

Creo que la crisis sanitaria como la político-social que vivió Chile, es una suerte de emplazamiento a mirar con ojos críticos los modos en que estamos cohabitando nuestro planeta, nuestras ciudades, comunas, barrios. Y a medida que los grados de complejidad e incertidumbre vayan aumentando, producto de las múltiples crisis a nivel medioambiental socia-económicas o tecnológicas, vamos a tener que aprender a vivir en un estado de incertidumbre permanente. Pero estos espacios hay que tratar de entenderlos como auténticos “laboratorios” de prueba de soluciones y conversaciones colectivas. Frente la proliferación de problemas cada vez más complejos, no se pueden usar recetas pre-hechas. No es posible seguir apelando a una suerte de criterio o principio único rector o un regreso a una estabilidad pérdida conducida por el crecimiento ilimitado. Más bien tenemos que aprender a vivir juntos “en los problemas” como dice Haraway, en un mundo que tenemos permanentemente y porfiadamente recomponer, o bien, futuros que ver cómo reparar.

Lo que une a ambas crisis, buscando otra manera de decirlo, es la crisis del relato modernizador, que ha informado no sólo el desarrollo de Chile sino también el del resto del mundo occidental, basado en una sobreeconomización del mundo. Pero ese relato de la modernidad, que se pretende por cierto universal y racional, se ha venido desmoronando, como muchos autores lo han venido sosteniendo, no sólo por la cuestión ambiental, sino también por una incapacidad política para comprender las alteridades, las nuevas demandas y desigualdades, las “renovadas expectativas subjetivación” como diría Danilo Martuccelli.

Como muchas personas lo están advirtiendo, se podría decir que la crisis del coronavirus tiene que ver con una crisis en el modo en que se ha concebido el desarrollo y la forma instrumental de relacionarse con el entorno. Algunos argumentan que la crisis sanitaria es parte de una crisis mayor, la crisis socio-ambiental, y no hay vuelta atrás a una normalidad y debemos reflexionar cómo habitar en este estado de crisis que se volvió una condición estructural. No es casualidad que, a propósito de estas dos crisis, estemos inmersos en uno de los procesos constituyentes más relevantes de nuestra historia, donde lo que se está conversando no sólo tiene relación con los principios de convivencia que deberán regirnos a nosotros los humanos, sino también con la manera en que deberíamos relacionarnos nosotros los humanos con la naturaleza.

En fin, estas crisis a las que haces alusión en tu pregunta, relevan la importancia del ejercicio especulativo que hace poco tiempo propuso Bruno Latour en el Le Monde. Invitó a tomarse en serio la pausa forzada que nos regaló el confinamiento y pensar qué pasaría si renunciamos a ciertas cosas que creíamos intransables de nuestro relato modernizador y modelo de desarrollo. En otras palabras, y si creemos realmente que el mundo no está definido de antemano y es algo a componer colectivamente, la pregunta es: ¿qué cosas deberíamos repensar, abandonar o cancelar para proyectar una coexistencia y futuro mas inclusivo y justo?

Creo que la crisis sanitaria como la político-social que vivió Chile, es una suerte de emplazamiento a mirar con ojos críticos los modos en que estamos cohabitando nuestro planeta, nuestras ciudades, comunas, barrios.

3.- Pensando en el contexto pandémico y en la crisis de representación de la política: ¿Crees que es posible posicionarse desde una “racionalidad otra” a la hora de observar las diversas formas de habitar? ¿Tienen las teorías híbridas y/o interdisciplinarias algo que decir sobre esto?

Me parece que de alguna manera estos eventos disruptivos que estamos viviendo y gestionando sobre la marcha, apuntan a una crisis de los sistemas representación y lógicas dualistas de mirar las cosas. Pero me gustaría insistir que no se tratan de crisis coyunturales o circunstanciales, como si fuera posible volver a un estado de certidumbre y estabilidad anterior. Más bien el estado de alerta y crisis se volvió constitutivo de un modo de hacer mundo, pero sobre todo reflejan un punto de inflexión de nuestro modelo civilizatorio, donde en parte lo que está en juego son nuestros sistemas de escucha, atención y representación. Una crisis de escucha no sólo de las expectativas o necesidades de las personas, sino también de otros seres vivientes, animales, bosques, etc. Estos agentes están insistentemente recordándonos que deben ser incorporados como personas no humanas, porque no hay posibilidad de seguir pensando en representación política alguna sino hay condiciones materiales para la habitabilidad del mundo. Como dice Anna Tsing, tenemos que aprender a desarrollar un arte de observar y escuchar un mundo en ruinas, y para eso se necesita revisar los mecanismos y diseños que utilizamos para hacer visible, dar voz, a los problemas de las personas y no humanos. Hay una distancia cada vez más problemática entre la clase política y el de las personas a nivel cotidiano, pero también una distancia en la manera en que hemos proyectado y organizado el planeta, y las necesidades de un planeta que entro en una zona de riesgo cada vez más irreversible. En ese sentido, hay una forma de arrogancia de ciertas elites dirigente vis-à-vis el resto de la sociedad y el planeta que se ha buscado diseñar, bajo la impronta de un excepcionalísimo humano desatado. Este punto lo aborda muy bien Latour en su libro “Dónde Aterrizar”(2019).

Me gustaría imaginar que el rol del de la Convención Constituyente no sólo apunta repensar nuestro contrato social (“estallado” en la crisis del 18-0), sino más profundamente nuestro contrato socio-natural. Me gusta especular que el proceso constituyente tiene ese doble desafío, o mandato como se suele decir hoy. Por una parte, encarar y resolver las demandas del presente, como una suerte de palanca que nos permita pensar los temas de las pensiones, de salud, vivienda, educación. Pero por otra parte, el problema constituyente tiene una dimensión que me interesa aún más, que tiene que ver con ser capaz de proyectar un futuro, construir un horizonte común e imaginar el tipo de sociedad que queremos, considerando eventos y disrupciones que van a ocurrir, y que de cierta forma hay que prospectar, reconociendo las responsabilidades de toda la sociedad.

Entonces creo que la convención constituyente debe tomarse en serio este ejercicio que podríamos llamar “proyectual”. Es decir, no solo reducirse a pensar una “casa común” desde el presente y la contingencia política electoral, sino que tiene que articular de manera proyectar un horizonte de futuro capaz de ofrecer claves de lectura adecuadas al mundo que estamos viviendo. En ese sentido hay una dimensión ficcional en este ejercicio constituyente, que tiene que ver con ser capaz de ir mas allá de la contingencia y proponer futuros que abran futuros, es decir, valores, políticas o símbolos que no queden caducos al poco tiempo, y que aporten con principios de co-habitación sintonizados con los nuevos tiempos.  Esto me parece relevante en un momento de profunda polarización y degradación de la democracia producto de las fake news. Co-diseñar futuros o símbolos mas o menos compartidos, es importante para no caer en un “presentismo”, o en la fatalidad de un presente continuo que nos impide mirar lo emergente y confrontar las crisis medioambientales y tecnológicas.

Y volviendo a tu pregunta sobre el papel de las Ciencias Sociales, muchas veces uno observa como el mundo político banaliza ciertos términos y aproximaciones, tratándolas de “anti-modernas”, de “fanáticas ecologistas”, “anti-patriotas”, “conversadoras”, etc. Y ahí el mundo de las humanidades, las Ciencias Sociales, tiene que ver con mostrar las trayectorias y naturaleza multi-sistémica estas crisis y la necesidad de renovar los conceptos que nos hacen pensar y actuar. Sin esa capacidad inventiva que ofrece el trabajo interdisciplinario para crear otros modos de ser, ver y habitar la realidad, difícilmente tendremos las herramientas para comprender y responder con soluciones oportunas a este particular momento histórico.

Hoy más que nunca se necesitan otras cosmovisiones y saberes, otras prácticas y conceptos que permitan afrontar los efectos irreversibles del cambio climático, la penetración de la inteligencia artificial, etc.

Me gustaría imaginar que el rol del de la Convención Constituyente no sólo apunta repensar nuestro contrato social (“estallado” en la crisis del 18-0), sino más profundamente nuestro contrato socio-natural.

4.- Antes de consensuar y diseñar la llamada “ciudad pos-pandemia” ¿Qué nos podrían aportar diseños alternativos, especulativos o experimentales sobre las diferentes posibilidades de futuro que se han ido mostrando en la pandemia?

Creo que es muy difícil pensar en la instalación de “ciudades post-pandemia” como un proyecto tabula rasa, porque se requiere de un conocimientos y diagnósticos, de experiencias de pilotaje, de prototipos, de ensayo y error. Pensar detenidamente que implica “ciudades post pandemia”, requiere inteligencia para reconocer de qué cosas tenemos que deshacernos, y que cosas tenemos que desarrollar, y no permitir por cierto que el pensamiento sanitario o económico imponga una sola matriz de interpretación.

Y quizás aquí, tal como lo sugiere tu pregunta, lo mas interesante a reflexionar es cómo podrían aportar las aproximaciones de diseños experimentales o especulativos, algo muy marginal en la planificación urbana y en la política publica en general, pero que yo he venido trabajando hace varios años en un plano investigativo en la Escuela de Diseño.  De alguna manera lo que se ha puesto en evidencia, y tomándome de tu ejercicio de tomar estas dos crisis como pretexto para pensar, es que estamos enfrentados a problemas que son “wiki problems”, es decir problemas que no pueden ser abordados por el solucionismo tecnológico reinante, en el cual todo es traducido al lenguaje de la innovación y del algoritmo.

Estos son problemas multisistémicos, donde se conjuga una multiplicidad de actores y variables; estoy pensando en el antropoceno, la automatización, sequía generalizada, perdida de biodiversidad, las noticas falsas, obsolescencia programada, hiperconsumo, etc; que son problemas de tal nivel complejidad que no pueden seguir siendo pensados desde el mismo paradigma que han estructurado nuestros modos de pensar, y donde yo me incluyo…. Son problemas modernos para los cuales, como dice Boaventura de Sousa Santos, no existen soluciones modernas, en el sentido de que esas soluciones no logran responder, no dan el ancho, a los problemas que mencionábamos.

En esa dirección, tiendo a pensar que deben abrirse espacios que no sean resolutivos o de generar leyes cerradas, acomodando respuestas rápidas, precipitadas y populares. Es necesario desarrollar espacios transitorios y experimentales de “prototipado”, acciones pilotos que permita testear nuevas lógicas y prácticas, y así poder aumentar las probabilidades de producir futuros deseables para todas.

Hay un trabajo progresivo y cuidadoso de reacomodación de nuevos lenguajes y visiones, modos de hacer y ser, que me parece central para prepararse a escenarios inciertos. Aquí el diseño especulativo, o más generalmente el arte, pueden jugar un rol súper importante. El diseño especulativo, al menos en el modo que me gusta enseñarlo, tiene que ver con proponer escenarios que activen reflexiones y acciones que permitan habitar los problemas futuros y generar condiciones para un mundo más habitable. Una suerte de laboratorio de futuros posibles y deseables, que oponga resistencia y crítica a la idea de mundo-único que describen Arturo Escobar y Marisol De la Cadena, y donde se puedan plantear preguntas incómodas y desestabilizadoras que ayuden a avanzar hacia espacios más justos y sustentables.

El diseño crítico y especulativo lo veo cumpliendo un rol exploratorio, abriendo conversaciones y preguntas más que cerrando respuestas y soluciones, convocando públicos, relaciones y alternativas que propicien los cambios socio-ecológicos necesarios. Obviamente no podemos predecir ni calcular el futuro, pero desde el presente podemos imaginarlo y tensionarlo para no padecer los problemas que se vislumbran.

 5.- Pensando en las diferentes escalas y corporalidades que se han puesto en relieve en estos tiempos. ¿Cuáles serían las claves o posibilidades de sentido que nos entrega la proximidad, las interacciones mínimas o las relaciones de cuidado? ¿Cómo podríamos ir trazando nuevas políticas, diseños y formas de habitar a partir de estas nuevas configuraciones?

Creo que hay un consenso bastante transversal en la necesidad de pensar los problemas urbanos como problemas interconectados con dimensiones domésticas, subjetivas, biológicas, vegetales, tecnológicas, económicas, políticos, etc. Por lo tanto, requieren ser pensados, como señalas tú, desde diferentes escalas de intervención. Como decíamos antes, estamos enfrentados a futuros imposibles de anticipar, con nuevos actores y escenarios que van a irrumpir con igual o mayor fuerza que lo hizo el Covid-19. Entonces, tenemos que estar equipados de nuevas herramientas conceptuales, políticas y culturales, y nuestro rol como investigadores es ofrecer esas herramientas para pensar críticamente el presente y sus problemas.

De ahí el interés de esas agendas de transición que están emergiendo desde diferentes disciplinas, que están abriendo transformaciones vinculadas conceptos como el post desarrollo, buen vivir, “economías del cuidado”, o incluso a la idea de “descrecimiento” que tanto alarma y malentendidos genera en ciertos círculos. Agendas que empiezan a pensar la co-habitación desde otras claves analíticas, y que están empujando un pensamiento hacia un futuro que toma el dato radical de un deterioro irreversible del planeta. Agendas que permitan avanzar hacia espacios urbanos y sociales más justos y habitables, y que desplazan de cierta forma la ontología moderna dominante basada en el dualismo naturaleza/sociedad que tanto problema ha generado; generando proyectos y acciones que puedan hacer o deshacer modos más sostenibles de vivir. Obviamente esto entra en un plano de tensión y fricción al no existir acuerdo sobre los valores que hay que defender, pero percibo que estas agendas de transición están teniendo cada vez más cabida, y mostrando que el camino no puede seguir siendo esta suerte de santificación de lo nuevo, de la innovación disruptivas, ciudades inteligentes, etc.

Por ejemplo, volviendo a tu pregunta sobre el cuidado, uno podría preguntarse qué pasaría si en lugar de pensar la ciudad desde la matriz de la producción e innovación permanente, lo hacemos desde las practicas de rehabilitación, mantención, cuidado, y así proveer continuidad al mundo que vivimos. Hay efectivamente varios trabajos que están pensando abordar y relevar la dimensión del cuidado, como una suerte de plataforma que permita pensar una ciudad más ética y sustentable.

Uno de los aportes interesantes de las perspectivas feministas es justamente abrir la práctica del cuidado como un articulador ineludible en la vida social. Acá pienso en el trabajo de Puig de la Belac Bellacasa, donde invita a pensar con cuidado, a reconocer en esta ética del cuidado no solo una cuestión individual, sino colectiva que puede ser cultivada y articulada a través de servicios públicos e infraestructuras. Por eso insisto en estas perspectivas feministas, porque de cierta forma ponen en jaque la idea de “ciudades inteligentes” que he estudiado, que descansa en esta matriz conquistadora, patriarcal y arrogante, que busca conformar individuos y espacios para la optimización en vez de individuos y espacios para la colaboración.

La pandemia ayudó muchísimo a relevar la importancia del cuidado como pilar de nuestra vida social. La humanidad no hubiera podido subsistir, permanecer, sin cuidado. La pandemia contribuyó a ponernos en un lugar de cuidado y fragilidad, reconociendo que somos seres en relación, que co-devinimos con otras y otros.  El cuidado está a la base del sentido de comunidad, porque contiene todas esas prácticas mundanas, relacionales y cotidianas que hacemos para mantener y reparar nuestro mundo. Pero esos lazos de reciprocidad y redes de cuidado no pueden darse por sentados, requieren de corporalidades, infraestructura, políticas públicas, diseños, materialidades. Esto es relevante, porque el cuidado no es solamente el reconocimiento de lo frágil y precario, que es inherente a todo lo vivo, sino también es la posibilidad de generar colaboración, sociedad, actos de cuidar y de ser cuidado.  Desde esta tradición feminista y estudios de los cuidados, hay en cierta forma un trabajo de visibilización política de todas esas labores invisibles y vulnerables, muchas veces consideradas como inútiles y alienantes por cierto patrón patriarcal, y que suelen celebrar esas labores así llamadas creativas e innovadoras, emprendidas por hombres emprendedores y autodeterminados.

Parece que un ejercicio especulativo interesante para la política publica, sería dejar de abordar la ciudad solamente como una máquina de producción de símbolos y mercancías, y comenzar a pensar los espacios y relaciones urbanas desde las redes de cuidado extendidos que se producen. Asumir la ciudad no solamente desde la lógica de los emprendedores e innovaciones, sino también desde las complejas y heterogéneas prácticas de cuidados que hacen posible la existencia y perdurabilidad de los espacios y relaciones urbanas. Qué pasaría si se empieza a ensañar el diseño, la planificación urbana, la arquitectura desde esta “ética del cuidado”, desde este enfoque relacional o “ética de las interdependencias”, convirtiendo los cuidados en el sustrato ético y proyectual sobre el cuál se diseña una vivienda, una mesa o una plaza; y sobre el cuál se renuevan y reparan las relaciones con las otras especies que habitan nuestro planeta.

La pandemia ayudó muchísimo a relevar la importancia del cuidado como pilar de nuestra vida social. 

6.- Por ultimo, si pudieras hacer una síntesis de la conversación que tuvimos e intentar hacer una conexión de esto con el futuro político que se abre con el nuevo presidente electo, Gabriel Boric.

Quizás una de las líneas investigativas que me ha obsesionado, y que cruzan mis investigaciones actuales y pasadas, tiene que ver con poner atención a los efectos que presentan esta cosmovisión desarrollista del mundo. Podría decirse que es una crítica a la idea de innovación. Aquí sitúo mis investigaciones sobre la circulación de la noción de “Smart City”, los procesos de “automatización”, la “dataficación”, y ahora último, todo lo que tiene que ver con el desarrollo de aplicaciones basado en Inteligencia Artificial. Se trata de una suerte de colonialidad del discurso de la innovación tecnológica, que se propaga con la promesa de mayor prosperidad para la humanidad, mayor progreso y racionalidad. Sin embargo, lo que he tratado de investigar a nivel teórico y empírico son esos espacios que quedan fuera, las discontinuidades, fricciones y controversias que surgen a través de momento de resistencia, reinterpretación, fallas y reimaginación, relevándose la ambivalencia y límites de estos discursos.

Creo que es fundamental dejar de pensar solamente desde la matriz productiva de la innovación tecnológica, que sigue anclada a la idea un planeta infinito, como receptáculo de todas las acciones humanas. Y quizá hay que empezar a preguntarse menos sobre los futuros que queremos abrir e innovar, y comenzar a realizar el inventario de aquellos futuros desfuturizantes – usando el término de Fry – que debemos desechar. Me refiero a esos diseños, tecnologías, servicios, infraestructuras, etc., que no necesariamente van a mejorar la habitabilidad, la inclusión, la calidad de vida de humanos y otros que humanos. No se trata de retornar a un pasado romántico sin huellas humanas sobre el planeta o desconocer el rol de la técnica y el progreso tecnológico, sino más bien dejar de comprender el planeta cómo algo que sólo los humanos diseñamos y contralamos, y que por lo tanto debemos reaprender a co-habitar con las otras entidades de manera menos arrogante.

Ante la interrogante de cómo enfrentar a la dinámica destructora que ha generado el desarrollo capitalista y los efectos negativos que advierten diferentes actores internacionales, me parece importante tomarse en serio ese protocolo de renunciamiento que proponía Latour. Analizar hasta que punto deberíamos desplazarnos de esta cosmovisión desarrollista que permanentemente está enfatizando la innovación intensiva y las tecnologías de “terraformación”, usando el concepto de Bratton; y empezar a pensar de manera más humilde y realista en aquellos futuros que hay que clausurar para seguir teniendo un mundo habitable.

Y sobre tu pregunta, me parece que la generación que representa el nuevo presidente Boric, así como el liderazgo que ha mostrado por el momento en temas de cuidado, derechos, feminismo y crisis medioambiental, está muy nutrido de estas agendas de transición de las que hablábamos antes, pero queda abierto saber cómo se implementan sin pasar la “retroexcavadora”. Por lo tanto, espero que se abra un futuro donde la política vaya mucho más de la mano con la reflexión ética y cultural sobre cómo queremos cohabitar en un país y planeta dañado.

Fuente: Revista Planeo