Alejandra Rasse/La reconstrucción más allá de números

alejandra rasse 150x150Por Alejandra Rasse / Investigadora del cluster Planificación Integrada

Foto portada: (C) Sebastián Utreras Lizana

Al conmemorar un nuevo aniversario del terremoto del 27 de febrero de 2010, el Gobierno señaló que aún faltaban muchas viviendas por reconstruir, dando cuenta de los diversos proyectos en carpeta. En cambio, algunos parlamentarios de la administración anterior, defendieron lo realizado, señalando que los niveles de reconstrucción alcanzados son un éxito, sobre todo en comparación con lo hecho en respuesta a otros desastres naturales de la última década.

Más allá de la divergencia respecto de los números, cabe preguntarse qué se entiende por exitoso cuando pensamos en la respuesta frente a una catástrofe. Si bien se ha reconstruido gran parte de las viviendas, esto muchas veces ha significado un deterioro en la calidad de vida de las familias en sus condiciones habitacionales previas: las viviendas reconstruidas son mucho más pequeñas que las preexistentes. En las ciudades, la oferta de viviendas de reconstrucción se produjo en la periferia, desplazando a muchos damnificados que antes residían en el centro, y solo en unos pocos sectores rurales se ha logrado reconstruir manteniendo las características patrimoniales de los poblados, siendo lo más común la pérdida de estos elementos. Adicionalmente, si bien algunas localidades del borde costero se reconstruyeron tomando en consideración la amenaza de tsunami, en muchas otras simplemente se emplazaron en el mismo lugar.

En el proceso, muchas comunidades locales fueron desoídas o ignoradas al buscar organizarse para lograr su reconstrucción. Debido a esto, las personas a menudo se sintieron perdidas, sin la información o el espacio necesario para ser partícipes del proceso. El ánimo por trabajar en la búsqueda de una solución adecuada a sus necesidades se fue transformando en frustración, y finalmente, la gran mayoría tomó el camino que se ofrecía: elegir entre las opciones que el mercado de vivienda presentaba.

En este sentido, hay pérdidas. Una relacionada a la localización de las familias populares urbanas que, habiendo residido en el centro, han tenido que trasladarse a la periferia, hecho que cambió su calidad de vida: cambiar una vivienda grande y fresca por una vivienda más pequeña y de una materialidad menos aislante. Otra patrimonial localizada en muchas localidades pequeñas, de las que no existía consciencia de su valor. Una pérdida en la oportunidad de reconstruir disminuyendo los riesgos en las localidades costeras. Y la pérdida de la posibilidad de reconstruir las soluciones con mayor pertinencia territorial, en conjunto con las comunidades locales, ya que en lugar de esto, se optó por la rapidez que las soluciones estandarizadas podían proveer.

¿Es todo negativo? No. En general el proceso tuvo todos estos problemas antes descritos, pero también existen algunos ejemplos a tomar en cuenta. Entre ellos: la reconstrucción patrimonial de Vichuquén, donde se aliaron la empresa privada, el municipio y la comunidad. O el conjunto Los Maitenes en Talca, en que el trabajo de la comunidad, apoyado por ONGs, y una pequeña constructora local, permitió a los vecinos sin tierra permanecer en el centro de la ciudad.

Estos ejemplos dan la pauta del tipo de trabajo que está detrás de las buenas soluciones: el que articula actores diversos, en la búsqueda de una solución específica al problema que se presenta. Las soluciones masivas y estandarizadas son útiles, pero también deben haber opciones, espacios y recursos para aquellas comunidades que quieran trabajar por alternativas más adecuadas a su realidad. Es de esperar que esto sea tomado como aprendizaje en futuras políticas de reconstrucción, y que cuando se evalúe lo realizado no solo se entienda el éxito o fracaso en términos de la cantidad de unidades reconstruidas. Tarde o temprano volveremos a enfrentar el desafío de una reconstrucción, por lo tanto, el debate merece algo más que solo números.