Sin vagones segregados, ¿entonces qué?

Agencia UNO-Emol

Emol/ 15 de octubre/ Lake Sagaris, académica de la UC, dirigió el estudio «Ella se mueve segura» en Chile y concuerda con la negativa del Gobierno ante la idea de separar los trenes. «Da una sensación temporal de seguridad, pero no resuelve los problemas de fondo», dice.

 

Cinco días después de que la diputada Loreto Carvajal (PPD) presentara un proyecto de resolución para solicitar que se dispongan vagones de uso exclusivo para mujeres en el Metro de Santiago, llegó una respuesta desde el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género.

«Dejar a las mujeres segregadas a un carro significa también entregarle el resto del espacio público, de los carros, todos los andenes y los espacios donde puedan circular libremente a las personas que agreden a las mujeres», afirmó la ministra Isabel Plá. Fue un portazo a la idea de la parlamentaria, pero no una solución para la problemática detrás: el acoso sexual que sufren miles de mujeres dentro del transporte público. En Chile, un 73% de las mujeres se sienten inseguras en él, un 48% ha presenciado o sabido de un caso de acoso sexual y un 51% lo ha experimentado en primera persona.

Son datos arrojados por el estudio «Ella se mueve segura», impulsado por FIA Foundation y el Banco de Desarrollo de América Latina CAF. Se trata de una iniciativa internacional que en Chile fue dirigida por Lake Sagaris, investigadora del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable de la U. Católica, directora del Laboratorio del Cambio Socia y doctora en Planificación Urbana y Desarrollo Comunitario. «Es un problema grande, complejo, que se mezcla con el de inseguridad general que existe en Chile, y con los niveles de violencia de género que, como han detectado otros estudios, son bastante altos en la sociedad», explica en conversación con Emol.

El estudio comenzó en 2016 e incluyó encuestas aplicadas a una cantidad representativa de hombres y mujeres de las comunas de El Bosque, Santiago y Ñuñoa, además de focus group. El mismo método se utilizó en las ciudades de Quito, en Ecuador, y Buenos Aires, en Argentina. «Descubrimos un fenómeno que es muy inconsciente, que tuvimos que indagar mucho para entender», adelanta Sagaris. «Las mujeres, a diferencia de los hombres, tienen una especie de ‘toque de queda personal’. Nos encontramos con que decían con naturalidad cosas como que no salían en la noche, y empezamos a preguntarles a qué hora empezaban sus noches. Descubrimos que para algunas era a las 7 de la tarde».

¿Qué otros resultados mostró este estudio?

«Hemos visto comportamientos. Las mujeres están enseñando a sus hijos, y particularmente a sus hijas, a no usar el transporte público. Es importante entender que cuando pierdes a una mujer en el transporte público, nunca es una sola persona la que desaparece del sistema. También notamos que las mujeres de menores ingresos están dispuestas a concentrar sus viajes para usar radiotaxi en vez de exponerse a los peligros de la ciudad, y que basta con que tengan una sola mala experiencia para que cambien toda su forma de actuar».

El panorama chileno El estudio caracterizó también las formas más comunes de acoso. La más frecuente fue la verbal o no verbal, que rondó el 50% en el Transantiago, Metro e incluso durante las caminatas para dirigirse a alguno de los dos sistemas. En el caso del Metro, subió el porcentaje de acoso físico (cerca de un 30%) y las filmaciones sin autorización (casi un 10%).

—El Gobierno ya desestimó la opción de los vagones segregados, ¿le parecía una buena iniciativa?

«Los vagones, buses o taxis sólo para mujeres se han probado en muchos lugares que enfrentan situaciones de inseguridad bastante extremos, como India o México, y efectivamente dan una sensación temporal de seguridad, pero no resuelven los problemas de fondo. De lo que nosotros vimos en el estudio, a las mismas mujeres no les gusta del todo, porque piden una respuesta mucho más a fondo».

—Una encuesta del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) preguntó a mujeres si tomaban «alguna precaución» para evitarlo, como privarse de ciertas prendas de vestir, evitar ciertas calles, evitar el contacto visual con hombres, evitar salir de noche, evitar salir sola, caminar más rápido, y las respuestas fueron en su mayoría positivas. ¿Esto se traduce en alguna forma de desigualdad en las libertades de cada género?

«Totalmente. Todo ser humano tiene un potencial increíble para aportar a la sociedad y el desafío del siglo XXI es movilizar esa capacidad. Cuando se integra a toda una categoría de personas que ha sido discriminada, se libera una potencialidad increíble tanto para el individuo, que se beneficia y crece humanamente, como para la sociedad. Estas situaciones de acoso y violencia sexual, implícita o explícita, limitan mucho la forma de actuar y la participación social, cívica y laboral de la mujer. Significa un empobrecimiento real para el país, y nadie puede darse el lujo de despreciar esa cantidad de capacidad humana».

—Se ha señalado que el enfoque correcto es educar a la población para que no acose. ¿Cómo se puede avanzar en esa dirección y al mismo tiempo proteger a las mujeres durante el tiempo en que eso ocurre?

«Hay todo un tema en educación, que tiene que ver con promover el cambio y trabajar con el concepto de las nuevas masculinidades, que son mucho más comprometidas con la igualdad. Es convocar a toda la sociedad a ponerse las pilas. En cuanto a políticas de Estado, reitero lo de la impunidad: el identificar, aislar y castigar a las personas responsables es un mensaje educativo muy fuerte. La sociedad se ha hecho la ‘lesa’ en relación a la seguridad de la mujer, hay cierta complicidad cuando hay silencio. Muchas veces no es intencional, pero es».

Robustecer el marco jurídico

El pasado 3 de octubre, el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género concretó una alianza con Intendencia Metropolitana y Metro de Santiago para combatir el acoso sexual. Uno de los compromisos adoptados fue implementar un protocolo de denuncias, una línea de teléfono exclusiva, entregar orientación legal y derivación de víctimas.

—¿Le parece que es un buen comienzo?

«Me pregunto por qué no está incluido el Transantiago, si diariamente realiza más viajes que el Metro, o los ciclistas. Esto de hacer siempre parcialmente las cosas, de forma incompleta, significa que el recurso que se genera es muy limitado y a veces se desvía, no permite lograr el objetivo mayor. Entonces enfrentar solo el Metro y no asumir la responsabilidad pública del Estado para la seguridad de los viajeros me parece contraproducente»

—El acuerdo también contempla capacitaciones para el personal y una campaña para generar conciencia sobre la gravedad del acoso sexual.

«Las campañas son muy importantes, pero no pueden ser la única medida. Además hay que tener mucho cuidado con ellas: hay que probarlas y evaluarlas científicamente, porque muchas veces una campaña de mensajes en el metro puede dar la sensación de que estás haciendo algo importante, pero puede no tener ningún efecto o tenga el efecto opuesto de generar mayor inseguridad y limitar aún más la participación de la mujer».

—El estudio propone endurecer el marco jurídico chileno y tipificar el acoso sexual en el transporte público como un delito.

«Es que hay mucho progreso y liderazgo chileno en cuanto a la violencia en la esfera más privada o doméstica, pero tenemos que abrir esto mucho más a los espacios públicos porque no es lo uno o lo otro: es un continuo de violencia que limita la participación de la mujer, y lo preocupante es que todo eso, en su conjunto, también deja a las mujeres más vulnerable ante la violencia privada, porque no tienen amistades ni dónde recurrir».

Quito a la delantera

En términos de sentirse inseguras en el transporte público, Chile lleva una triste ventaja. El 73% expresado por las pasajeras chilenas es el más alto dentro de lo estudiado. Las mujeres de Buenos Aires las siguen de cerca, con apenas un punto menos, y por último están las de Quito, que son las que se sienten menos inseguras, registrando un 61%.

—¿Cómo nace la idea de estudiar el acoso en el transporte público en estas tres ciudades?

«La iniciativa partió en un encuentro relacionado con el cambio climático en Lima. Había un típico panel de puros hombres hablando de problemas de transporte y cambio climático. Ahí conocí a Heather Allen, que hoy es la directora internacional del estudio. Nos miramos y dijimos: «Esto no puede seguir». ¿Cómo podían estar hablando de temas de equidad, sustentabilidad y transporte, si estaban excluyendo a la mitad de la población? Para nosotras no era viable, así que comenzamos a buscar recursos hasta que logramos hacer el estudio».

—¿Cuáles son los puntos en común y las diferencias que han arrojado los resultados?

«La realidad es bastante similar, sobre todo tomando en cuenta que la cultura, los valores, la noción existente de la división de labores y el machismo presente son bastante comunes en los tres países. Hay similitudes muy fuertes, y sin duda son mayores que las diferencias: hay altos niveles de violencia de género, que se expresan en situaciones cotidianas muy frecuentes».

—¿Y dónde está la diferencia?

«En las respuestas, que han sido muy diversas y muy interesantes. Quito tiene el trabajo mucho más avanzado. Tienen un plan que tuvo como primera etapa la instalación de una serie de quioscos llamados ‘Cuéntame’, ubicados en los nudos principales del transporte de buses. Cualquier mujer podía ir ahí y su denuncia o experiencia era acogida por el sistema. Las situaciones más graves se traspasaron al sistema de Justicia y hoy hay gente que fue sorprendida en situaciones muy graves de acoso sexual que fue sentenciada y está en la cárcel. Eso le significó a la ciudad identificar que había un problema y que tenía que actuar, y comenzaron la segunda etapa».

—¿En qué consiste?

«Es un proyecto piloto muy grande que se hizo con el apoyo de ONU Mujeres. Es un sistema increíble que pude visitar en terreno, donde cualquier persona que experimente acoso puede mandar un mensaje de texto a la central de control del sistema de transporte público. Ahí, una persona entrenada recibe el mensaje, avisa a otros que a su vez se comunican con la policía, envía un mensaje al conductor del bus y llama de vuelta a la víctima para contenerla. Entonces el conductor del bus prende una alarma que dice algo como: ‘En estos momentos un pasajero del bus está experimentando una situación de acoso, por favor mire a su alrededor, dé su apoyo y no permita que esta situación siga’. Es muy impactante. En el siguiente paradero sube la policía, dependiendo de la gravedad del caso, y detienen al responsable. Es una respuesta directa, muy bien focalizada, que además es una lección para los que están alrededor».

—¿Es clave involucrar a los pasajeros que lo presencian, entonces?

«En situaciones de violencia de cualquier tipo, el mayor problema siempre es la impunidad: la gente lo hace, lo hace, lo hace, lo sigue haciendo y nadie dice ni hace nada. El silencio es el mayor cómplice de estas situaciones. Lo que permite este sistema de respuesta solidario es romper con esa impunidad y por sobre todo acompañar a la persona que es objeto de esto para que no se sienta sola».

Fuente: Emol.com



Sin vagones segregados, ¿entonces qué?

Agencia UNO-Emol

Emol/ 15 de octubre/ Lake Sagaris, académica de la UC, dirigió el estudio «Ella se mueve segura» en Chile y concuerda con la negativa del Gobierno ante la idea de separar los trenes. «Da una sensación temporal de seguridad, pero no resuelve los problemas de fondo», dice.

 

Cinco días después de que la diputada Loreto Carvajal (PPD) presentara un proyecto de resolución para solicitar que se dispongan vagones de uso exclusivo para mujeres en el Metro de Santiago, llegó una respuesta desde el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género.

«Dejar a las mujeres segregadas a un carro significa también entregarle el resto del espacio público, de los carros, todos los andenes y los espacios donde puedan circular libremente a las personas que agreden a las mujeres», afirmó la ministra Isabel Plá. Fue un portazo a la idea de la parlamentaria, pero no una solución para la problemática detrás: el acoso sexual que sufren miles de mujeres dentro del transporte público. En Chile, un 73% de las mujeres se sienten inseguras en él, un 48% ha presenciado o sabido de un caso de acoso sexual y un 51% lo ha experimentado en primera persona.

Son datos arrojados por el estudio «Ella se mueve segura», impulsado por FIA Foundation y el Banco de Desarrollo de América Latina CAF. Se trata de una iniciativa internacional que en Chile fue dirigida por Lake Sagaris, investigadora del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable de la U. Católica, directora del Laboratorio del Cambio Socia y doctora en Planificación Urbana y Desarrollo Comunitario. «Es un problema grande, complejo, que se mezcla con el de inseguridad general que existe en Chile, y con los niveles de violencia de género que, como han detectado otros estudios, son bastante altos en la sociedad», explica en conversación con Emol.

El estudio comenzó en 2016 e incluyó encuestas aplicadas a una cantidad representativa de hombres y mujeres de las comunas de El Bosque, Santiago y Ñuñoa, además de focus group. El mismo método se utilizó en las ciudades de Quito, en Ecuador, y Buenos Aires, en Argentina. «Descubrimos un fenómeno que es muy inconsciente, que tuvimos que indagar mucho para entender», adelanta Sagaris. «Las mujeres, a diferencia de los hombres, tienen una especie de ‘toque de queda personal’. Nos encontramos con que decían con naturalidad cosas como que no salían en la noche, y empezamos a preguntarles a qué hora empezaban sus noches. Descubrimos que para algunas era a las 7 de la tarde».

¿Qué otros resultados mostró este estudio?

«Hemos visto comportamientos. Las mujeres están enseñando a sus hijos, y particularmente a sus hijas, a no usar el transporte público. Es importante entender que cuando pierdes a una mujer en el transporte público, nunca es una sola persona la que desaparece del sistema. También notamos que las mujeres de menores ingresos están dispuestas a concentrar sus viajes para usar radiotaxi en vez de exponerse a los peligros de la ciudad, y que basta con que tengan una sola mala experiencia para que cambien toda su forma de actuar».

El panorama chileno El estudio caracterizó también las formas más comunes de acoso. La más frecuente fue la verbal o no verbal, que rondó el 50% en el Transantiago, Metro e incluso durante las caminatas para dirigirse a alguno de los dos sistemas. En el caso del Metro, subió el porcentaje de acoso físico (cerca de un 30%) y las filmaciones sin autorización (casi un 10%).

—El Gobierno ya desestimó la opción de los vagones segregados, ¿le parecía una buena iniciativa?

«Los vagones, buses o taxis sólo para mujeres se han probado en muchos lugares que enfrentan situaciones de inseguridad bastante extremos, como India o México, y efectivamente dan una sensación temporal de seguridad, pero no resuelven los problemas de fondo. De lo que nosotros vimos en el estudio, a las mismas mujeres no les gusta del todo, porque piden una respuesta mucho más a fondo».

—Una encuesta del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) preguntó a mujeres si tomaban «alguna precaución» para evitarlo, como privarse de ciertas prendas de vestir, evitar ciertas calles, evitar el contacto visual con hombres, evitar salir de noche, evitar salir sola, caminar más rápido, y las respuestas fueron en su mayoría positivas. ¿Esto se traduce en alguna forma de desigualdad en las libertades de cada género?

«Totalmente. Todo ser humano tiene un potencial increíble para aportar a la sociedad y el desafío del siglo XXI es movilizar esa capacidad. Cuando se integra a toda una categoría de personas que ha sido discriminada, se libera una potencialidad increíble tanto para el individuo, que se beneficia y crece humanamente, como para la sociedad. Estas situaciones de acoso y violencia sexual, implícita o explícita, limitan mucho la forma de actuar y la participación social, cívica y laboral de la mujer. Significa un empobrecimiento real para el país, y nadie puede darse el lujo de despreciar esa cantidad de capacidad humana».

—Se ha señalado que el enfoque correcto es educar a la población para que no acose. ¿Cómo se puede avanzar en esa dirección y al mismo tiempo proteger a las mujeres durante el tiempo en que eso ocurre?

«Hay todo un tema en educación, que tiene que ver con promover el cambio y trabajar con el concepto de las nuevas masculinidades, que son mucho más comprometidas con la igualdad. Es convocar a toda la sociedad a ponerse las pilas. En cuanto a políticas de Estado, reitero lo de la impunidad: el identificar, aislar y castigar a las personas responsables es un mensaje educativo muy fuerte. La sociedad se ha hecho la ‘lesa’ en relación a la seguridad de la mujer, hay cierta complicidad cuando hay silencio. Muchas veces no es intencional, pero es».

Robustecer el marco jurídico

El pasado 3 de octubre, el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género concretó una alianza con Intendencia Metropolitana y Metro de Santiago para combatir el acoso sexual. Uno de los compromisos adoptados fue implementar un protocolo de denuncias, una línea de teléfono exclusiva, entregar orientación legal y derivación de víctimas.

—¿Le parece que es un buen comienzo?

«Me pregunto por qué no está incluido el Transantiago, si diariamente realiza más viajes que el Metro, o los ciclistas. Esto de hacer siempre parcialmente las cosas, de forma incompleta, significa que el recurso que se genera es muy limitado y a veces se desvía, no permite lograr el objetivo mayor. Entonces enfrentar solo el Metro y no asumir la responsabilidad pública del Estado para la seguridad de los viajeros me parece contraproducente»

—El acuerdo también contempla capacitaciones para el personal y una campaña para generar conciencia sobre la gravedad del acoso sexual.

«Las campañas son muy importantes, pero no pueden ser la única medida. Además hay que tener mucho cuidado con ellas: hay que probarlas y evaluarlas científicamente, porque muchas veces una campaña de mensajes en el metro puede dar la sensación de que estás haciendo algo importante, pero puede no tener ningún efecto o tenga el efecto opuesto de generar mayor inseguridad y limitar aún más la participación de la mujer».

—El estudio propone endurecer el marco jurídico chileno y tipificar el acoso sexual en el transporte público como un delito.

«Es que hay mucho progreso y liderazgo chileno en cuanto a la violencia en la esfera más privada o doméstica, pero tenemos que abrir esto mucho más a los espacios públicos porque no es lo uno o lo otro: es un continuo de violencia que limita la participación de la mujer, y lo preocupante es que todo eso, en su conjunto, también deja a las mujeres más vulnerable ante la violencia privada, porque no tienen amistades ni dónde recurrir».

Quito a la delantera

En términos de sentirse inseguras en el transporte público, Chile lleva una triste ventaja. El 73% expresado por las pasajeras chilenas es el más alto dentro de lo estudiado. Las mujeres de Buenos Aires las siguen de cerca, con apenas un punto menos, y por último están las de Quito, que son las que se sienten menos inseguras, registrando un 61%.

—¿Cómo nace la idea de estudiar el acoso en el transporte público en estas tres ciudades?

«La iniciativa partió en un encuentro relacionado con el cambio climático en Lima. Había un típico panel de puros hombres hablando de problemas de transporte y cambio climático. Ahí conocí a Heather Allen, que hoy es la directora internacional del estudio. Nos miramos y dijimos: «Esto no puede seguir». ¿Cómo podían estar hablando de temas de equidad, sustentabilidad y transporte, si estaban excluyendo a la mitad de la población? Para nosotras no era viable, así que comenzamos a buscar recursos hasta que logramos hacer el estudio».

—¿Cuáles son los puntos en común y las diferencias que han arrojado los resultados?

«La realidad es bastante similar, sobre todo tomando en cuenta que la cultura, los valores, la noción existente de la división de labores y el machismo presente son bastante comunes en los tres países. Hay similitudes muy fuertes, y sin duda son mayores que las diferencias: hay altos niveles de violencia de género, que se expresan en situaciones cotidianas muy frecuentes».

—¿Y dónde está la diferencia?

«En las respuestas, que han sido muy diversas y muy interesantes. Quito tiene el trabajo mucho más avanzado. Tienen un plan que tuvo como primera etapa la instalación de una serie de quioscos llamados ‘Cuéntame’, ubicados en los nudos principales del transporte de buses. Cualquier mujer podía ir ahí y su denuncia o experiencia era acogida por el sistema. Las situaciones más graves se traspasaron al sistema de Justicia y hoy hay gente que fue sorprendida en situaciones muy graves de acoso sexual que fue sentenciada y está en la cárcel. Eso le significó a la ciudad identificar que había un problema y que tenía que actuar, y comenzaron la segunda etapa».

—¿En qué consiste?

«Es un proyecto piloto muy grande que se hizo con el apoyo de ONU Mujeres. Es un sistema increíble que pude visitar en terreno, donde cualquier persona que experimente acoso puede mandar un mensaje de texto a la central de control del sistema de transporte público. Ahí, una persona entrenada recibe el mensaje, avisa a otros que a su vez se comunican con la policía, envía un mensaje al conductor del bus y llama de vuelta a la víctima para contenerla. Entonces el conductor del bus prende una alarma que dice algo como: ‘En estos momentos un pasajero del bus está experimentando una situación de acoso, por favor mire a su alrededor, dé su apoyo y no permita que esta situación siga’. Es muy impactante. En el siguiente paradero sube la policía, dependiendo de la gravedad del caso, y detienen al responsable. Es una respuesta directa, muy bien focalizada, que además es una lección para los que están alrededor».

—¿Es clave involucrar a los pasajeros que lo presencian, entonces?

«En situaciones de violencia de cualquier tipo, el mayor problema siempre es la impunidad: la gente lo hace, lo hace, lo hace, lo sigue haciendo y nadie dice ni hace nada. El silencio es el mayor cómplice de estas situaciones. Lo que permite este sistema de respuesta solidario es romper con esa impunidad y por sobre todo acompañar a la persona que es objeto de esto para que no se sienta sola».

Fuente: Emol.com