Movilidad y pandemia: Cuidar a las mujeres que cuidan

Marzo 2022/ Gran parte de la vida de las mujeres que viven en contextos vulnerables está dedicada al bienestar de otras personas. Si no cuentan con redes de apoyo, las mujeres quedan recluidas. Basada en un estudio del CEDEUS, esta columna permite “escuchar” a esas mujeres y entender cómo la pandemia ha agravado su encierro. Las cuidadoras no pueden decidir sobre su propio tiempo y las domina la sensación de decaimiento o depresión. Se proponen políticas públicas para una ciudad que reparta bien la tarea de cuidado.

“Nos ha afectado el encierro porque a las finales tú no te atreves a compartir nada, a no salir a nada, porque miedo a contagiarte y que si a ella en el estado en el que está le pasa algo te vas a sentir culpable, entonces igual uno posterga […] porque la prioridad es ella entonces no soportaría de sentirme culpable de que yo me pegara alguna tontera y ella pagara los platos rotos entonces ha sido complejo, porque yo era bien movida, no sabía dónde iba a estar al otro día, y de un momento a otro estoy 24 horas en el mismo lugar”.

Testimonio de cuidadora, Parinacota, Quilicura.

La gran mayoría de la población vulnerable en Chile son mujeres. De acuerdo con el INE (2017) representan el 54,3% de las personas en situación de pobreza extrema. Las estadísticas también muestran que las mujeres son por lejos las que más se dedican al cuidado de enfermos, niños y personas mayores. Especialmente en las zonas más vulnerables.

El Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS), con el apoyo del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU), a través de sus programas de Regeneración de Conjuntos Habitacionales, investigó cómo se movilizan (o no) las cuidadoras que habitan en territorios vulnerables y cómo estas dinámicas se han visto transformadas y/o han sido afectadas por la emergencia sanitaria. Obtenidos a partir de 24 entrevistas aplicadas durante el primer semestre de 2021 a mujeres cuidadoras que habitan en contextos de alta vulnerabilidad, como los barrios Parinacota (Quilicura) y Bajos de Mena (Puente Alto), nuestros resultados muestran que la movilidad cotidiana de las cuidadoras se redujo producto de la intensificación de la responsabilidad que asumen las mujeres en las tareas de cuidado, acompañado de una disminución de la presencia de las mujeres en el mercado laboral.

“Salgo solamente a trabajar, esas son como mis salidas, trabajo-casa, porque como yo soy independiente trabajo en la feria y tengo que sacarla a ella porque como no hay jardín, y no tengo ningún medio como para pagar a alguien que me la vea”

Testimonio de cuidadora, Bajos de Mena, Puente Alto.

La intensificación de las tareas de cuidado al interior de los hogares se suma a la sobrecarga que experimentan las cuidadoras, lo que impacta en su salud física y mental. El estudio destaca que el 38 % de las entrevistadas declaran tener algún tipo de afección y/o enfermedad. En algunos casos, describen el desarrollo de dolencias físicas como consecuencia de su trabajo como cuidadoras (problemas en la espalda y lumbago). Otras enfermedades identificadas fueron: diabetes, hipertensión, cálculos, asma, problemas al corazón y problemas en los riñones. En los casos más vulnerables, a las molestias y enfermedades es posible sumar el tener algún tipo de discapacidad física. En cuanto a la salud mental, las entrevistadas mencionan tener una mayor sensación de encierro, dificultades para decidir sobre su propio tiempo, y sensación de decaimiento o depresión, a causa de los cambios provocados por la pandemia.

“No tengo tiempo para mí, ni siquiera para arreglarme, antes yo me arreglaba, antes cuando yo iba al kiosco yo me podía arreglar un poquito, cuidaba más de mí, en estos momentos no me preocupo tanto de mi porque tengo que estar 100% sentada al lado de mi mamá, no me puedo mover porque cuando le dan las crisis…entonces no tengo ese cuidado para mi ahora”.

Testimonio de cuidadora, Parinacota, Quilicura.

INMOVILIDAD COTIDIANA

La movilidad urbana de las cuidadoras se caracteriza por ser acotada y estar fuertemente relacionada al trabajo reproductivo. La gran mayoría de sus viajes consisten en trayectos obligados correspondientes a responsabilidades que asumen para el cuidado de otros/as. Desde las labores de abastecimiento, controles de salud, paseos recreativos, asistencia a establecimientos educacionales y los trámites del hogar, todos realizados por mujeres, se realizan en función de un tercero y por motivos asociados al cuidado. De todos estos viajes, el único que se realiza con motivo personales es aquel que se asocia a labores de trabajo que, en contextos vulnerables, suelen estar asociadas al trabajo informal y precario.

Respecto a la movilidad cotidiana de las cuidadoras, hemos visto que esta se concentra al interior o en las cercanías del barrio de residencia (en un radio de hasta 1,2 km); se realiza de forma diaria – en algunos casos varias veces al día- y en su mayoría, a pie. El traslado en transporte público (Transantiago o Metro) se utiliza para desplazarse hacia otras áreas de la comuna de residencia y hacia el resto de la ciudad. Cada semana o quincena, la distancia de viaje dentro de una misma comuna aumenta (hasta 4,5 km) por motivos que van desde realizar compras menores en supermercados y trámites, hasta visitar centros comerciales para recrearse junto a sus hijos/as. Los viajes de mayor distancia (hasta 22 km) son poco frecuentes y se dirigen fundamentalmente a comunas céntricas, con el objetivo de acceder a centros de salud de mayor complejidad -como hospitales- y abastecerse de productos para su trabajo informal. Otras salidas fuera de la comuna donde habitan son de carácter recreativo, como visitas a familiares, los que de acuerdo con la realidad de cada familia dependen de los recorridos del transporte público o de la disponibilidad de un automóvil.

En contextos vulnerables, la feminización del cuidado conlleva a que gran parte de la vida de las mujeres esté dedicada al bienestar de otras personas. El nacimiento de los hijos/as suele marcar el inicio en que las cuidadoras enfrentan un período de alta inmovilidad, restringiendo sus viajes principalmente al interior del barrio y con motivos reproductivos. En cuidadoras de edad avanzada, la inmovilidad suele extenderse durante la mayoría de sus vidas adultas, al hacerse cargo del cuidado y de la enseñanza de sus nietos, de los familiares enfermos y de los/as adultos mayores dependientes que son acompañados durante su proceso de envejecimiento.

“Si yo salgo sola no puedo salir tanto tiempo porque a mi mamá no le gusta estar tanto tiempo sola, tengo que salir y volver rápido y no puedo compartir con mis amigos tampoco. Cuando salgo con mi mamá tampoco podemos estar tanto tiempo afuera necesita comer a la hora y tenemos el tiempo justo como para hacer las cosas”

Testimonio de cuidadora, Bajos de Mena, Puente Alto.

A pesar de que la inmovilidad es heterogénea, está fundamentalmente feminizada y estratificada socialmente. En contextos vulnerables, las redes de cuidado están compuestas principalmente por mujeres que habitan el mismo territorio: hermanas, madres, hijas, amigas y vecinas. Al interior de cada familia se producen negociaciones que revelan la interdependencia de la movilidad e inmovilidad del cuidado y de las relaciones de género y de poder al interior de los hogares y sus integrantes. Son las mujeres quienes se prestan apoyo, aun cuando existan hombres en el hogar con lazos más cercanos a la persona que es cuidada. Además, el traspaso de responsabilidades es hacia mujeres más jóvenes.

Nuestros resultados, además, indican que el grado de movilidad varía dependiendo de la composición al interior de cada familia y de las redes de apoyo de cada cuidadora. Existe una menor restricción de desplazamiento si es que las cuidadoras viven con familiares, amistades o vecinas que están disponibles para realizar turnos de visitas o dispuestas a colaborar a tiempo completo. La movilidad es completamente nula si es que no existe esta red disponible.

“Cuando me metí en el rol de mamá yo postergué muchas cosas, porque traté de siempre estar más presente porque como la mayor no tiene al progenitor, me enfoqué más en ella después de la separación, entonces yo me dejé de lado, en todos los sentidos, entonces mis minutos para mí son como compartir con mis hijos pero los minutos para mí sola, yo diría que con suerte, su hora porque más no, porque me acostaba y me quedaba dormida, o de repente me duchaba en la noche y yo me trataba de demorar para darme mi tiempo, pero más de una hora no porque es difícil”.

Testimonio de cuidadora, Parinacota, Quilicura.

CAMBIOS EN PANDEMIA

Durante la pandemia, la inmovilidad de estas mujeres se ha exacerbado debido a las restricciones de desplazamiento, el cierre de establecimientos educacionales y de los jardines infantiles. A ello, se suma la pérdida de fuentes laborales y la disminución voluntaria de los traslados, provocada por las externalidades del contexto pandémico. Las cuarentenas disminuyeron los viajes de trabajo, salud, educación y recreación, pero también dificultaron (aún más) las tareas de cuidado.

El presente análisis revela que el cierre de establecimientos educacionales junto a la disminución de visitas (en especial de familiares), y de la rotación de personas al interior del hogar, se traducen en una menor red de apoyo y de las posibilidades de alternar el cuidado con otras personas.

A raíz de ello, la intensificación de las tareas de cuidado al interior de los hogares y la sobrecarga del trabajo reproductivo tuvieron un fuerte impacto en la salud física y mental de nuestras entrevistadas. Del total, el 38% de las entrevistadas declara tener algún tipo de afección y/o enfermedad, y describen el desarrollo de dolencias físicas como problemas en la espalda y lumbago. Más todavía, las consecuencias de su trabajo como cuidadoras rebasan los problemas físicos y mentales e impactan sobre su autonomía, la relación que mantienen con sus propios cuerpos y el autocuidado. Las entrevistadas mencionan tener una mayor sensación de encierro, dificultades para decidir sobre su propio tiempo, y sensación de decaimiento o depresión, a causa de los cambios provocados por la pandemia. No revertir la tendencia hacia una mayor carga de cuidados durante la pandemia, podría agravar estos problemas de salud.

“Los patrones nunca entienden cuando uno necesita permiso para llevar a mi mamá y esas cosas, así que decidí que me echaran nomás y ahí ya me quedé en la casa […] es un cambio radical porque uno trabaja más en su casa que en el trabajo”.

Testimonio de cuidadora, Bajos de Mena, Puente Alto.

“Cuando parte la pandemia dejé de trabajar toda la pandemia, me mantenía con los puros bonos que da el gobierno, con eso me mantenía, estuve como seis, siete meses así cuando empezó la pandemia […] después cuando empecé a notar que los bonos no me alcanzaban para mantener la casa, salí nomás po, a trabajar, aunque fuera con ellos [con sus hijos], salía a trabajar igual, y aunque no da mucho la feria igual de algo me servía”.

Testimonio de cuidadora, Bajos de Mena, Puente Alto.

EL CUIDADO EN LATINOAMÉRICA Y EL CARIBE

A pesar de que no existe ningún país en Latinoamérica y el Caribe que realice políticas públicas que tiendan a transversalizar la lógica de los cuidados, sí existen políticas e iniciativas de cuidados a escala nacional que son implementadas en otros países de la región y que pueden ser motivadores para aplicar en el contexto chileno.

Desde 1998, República Dominicana cuenta con la ley de Protección de la Persona Envejeciente, la que consagra el derecho al libre y fácil acceso a los servicios públicos y privados. Mientras que desde 2015 Uruguay cuenta con la ley de Sistema Nacional Integrado de Cuidados y que actualmente se encuentra en su segunda etapa. Esta política crea un modelo corresponsable de cuidado entre familias, Estado, Comunidad y Mercado, para promover la implementación de políticas públicas destinadas a atender las necesidades de personas mayores de 65 años en situación de dependencia, niños de 0 a 3 años y personas con discapacidad severa.

Mientras que Costa Rica recientemente lanzó su segundo plan quinquenal de la ley de Red Nacional de Cuidado y Desarrollo Infantil, la que establece un sistema de cuidado y desarrollo infantil de acceso público, universal y de financiamiento solidarios. Prestaciones públicas y privadas de servicios de cuidados para niñas y niños de 0-6 años.

Colombia cuenta desde 2018 con una Comisión Intersectorial de Economía del Cuidado, que tiene por objetivo construir un Sistema Nacional de Cuidados (SINACU), donde se pueda medir la contribución de las mujeres al desarrollo económico y social del país y generar herramientas para el desarrollo de políticas públicas, y que incluye el Pacto de Equidad “El cuidado, una apuesta de articulación y corresponsabilidad”. También creó la Mesa Intersectorial de Economía de cuidado, la que involucra a la sociedad civil, academia e instituciones políticas en diálogo permanente con el estado, para impulsar el desarrollo del SINACU. En tanto, desde 2019 Paraguay opera el Grupo Interinstitucional Impulsor de la política de cuidados, instancia técnica encargada de formular la Política Nacional de Cuidados.

En Chile, actualmente existen iniciativas e ideas que se concentran en la crisis de los cuidados buscando aportar soluciones concretas y de ayuda a las personas cuidadoras. Tal es el caso del programa “Chile Cuida” a cargo del Ministerio de Desarrollo Social, que forma parte del Sistema de Protección Social del Estado y tiene como misión, acompañar y apoyar a través de diferentes servicios, a las personas en situación dependencia, sus cuidadores y cuidadoras, sus hogares y su red de apoyo. El acceso a estos servicios es coordinado por las Municipalidades que participan en Chile Cuida y pueden ser: cuidados domiciliarios, ayudas técnicas, residencias, hogares protegidos, centros diurnos, entre otros. Lamentablemente las municipalidades de Puente Alto y Quilicura no están actualmente afiliadas al programa, por lo que sería importante avanzar en la gestión de este vínculo.

Esta temática no ha sido ajena para los candidatos presidenciales de 2021. Algunos han propuesto en su programa de gobierno, la creación de un Sistema Nacional de Cuidados con diversos objetivos siendo el más relevante el traspaso de los cuidados desde una esfera exclusivamente privada a una pública, entendiéndose los mismos como una responsabilidad colectiva que debieran asumir hombres y mujeres apoyados por políticas públicas de corresponsabilidad. En este sentido, el Estado asumiría un rol más relevante con el objetivo de desfeminizar y desfamiliarizar, dos puntos en los cuales se vuelve urgente avanzar.

“No puede ir a una sala cuna, entonces gran parte del tiempo las niñas son las que se preocupan de su hermana, fue como eso lo que se cambió, la responsabilidad de cuidar a su hermana es de ellas, porque igual yo tengo que saber trabajar si o si, no puedo decir no, no voy a trabajar me voy a quedar en la casa, no puedo hacer eso, tengo que trabajar”.

Testimonio de cuidadora, Bajos de Mena, Puente Alto.

CIUDADES DEL CUIDADO

A partir del análisis de estas políticas y de los resultados objetivos en este estudio es que desde CEDEUS proponemos una serie de recomendaciones que buscan inspirar el desarrollo de políticas públicas en el mediano y largo plazo, atendiendo al cuidado como un eje orientador e integral para las políticas públicas urbanas sustentables:

  1. Es necesaria la transversalización del género y del concepto de cuidado en las políticas públicas. Considerando la experiencia internacional, para la generación de políticas de cuidado es clave el desarrollo de un marco político y normativo, como la creación de un Sistema Nacional de Cuidados. Este contribuiría a articular las diversas y complejas dimensiones del cuidado y los múltiples sectores que tienen injerencia en él, que involucre tanto el mejoramiento de programas estatales existentes, como la creación de nuevas políticas públicas.
  2. Se debe repensar el rol de la ciudad, el transporte, el barrio y la vivienda, y considerarlos como espacios para el cuidado. A través de su planificación y diseño, es posible contribuir a visibilizar y redistribuir el cuidado, reduciendo las brechas que lo separan del ámbito público y colectivo.
  3. Junto con la planificación urbana, se requiere fomentar la participación y fortalecimiento de las comunidades, para hacerlas parte del desarrollo de soluciones colectivas a sus necesidades, de manera horizontal.

Finalmente, la redacción de una nueva Constitución es una oportunidad para integrar la organización social de los cuidados desde el derecho a la ciudad, el que se debe garantizar a través de un cambio de paradigma con el que planificamos y construimos ciudades. Necesitamos ciudades que pongan en el centro la vida de las personas, sin homogeneizar los usos o actividades que estas pueden desarrollar. Avanzar hacia una ciudad cuidadora implica transformarla para la sociabilización de los cuidados, donde a través de la planificación urbana y políticas públicas, se integren las necesidades de grupos que hoy no son considerados, y así generar ciudades más justas, inclusivas y sustentables para todas las personas.

 

FUENTE: TERCERA DOSIS