17 Jul La fuerza del agua
15 de julio/ El Mercurio/ Crecidas de ríos, desbordes, damnificados. Una realidad que se repite cada vez con más frecuencia en Chile y en el mundo por el cambio climático. El subdirector de CEDEUS, Jorge Gironás, opina sobre las soluciones posibles, las que estarían en la infraestructura natural.
En el año 2015, durante las excavaciones para construir el entonces nuevo edificio de Arquitectura UC, en el Campus Lo Contador, se encontró un tajamar construido como parte de las obras de ingeniería que, a comienzos del siglo XIX, buscaban contención ante los posibles desbordes de los canales cercanos, como también del río Mapocho. Todo un hallazgo si se piensa que la facultad está a unos 300 metros de este último, y con varias casas de por medio. ‘Era una respuesta a un entorno fluvial. Todo Pedro de Valdivia Norte tiene suelos húmedos porque es la naturaleza del lugar. El río era más ancho y la ciudad lo fue restringiendo al ocupar sus llanuras aluviales –parte de su geomorfología– para generar suelo urbano. En los tramos centrales, el Mapocho tiene 42 m, pero aguas abajo, donde no está canalizado –de Pudahuel a Isla de Maipo–, alcanza entre 300 y 700 m. De alguna manera, el río quiere cobrar su espacio, y no olvidemos que se ha desbordado aproximadamente 37 veces en su historia urbana’, explica Sandra Iturriaga, directora del proyecto Mapocho 42K Lab UC.
La reflexión de la arquitecta es más relevante aún en estos momentos en que acabamos de vivir un evento climatológico de fuertes lluvias con isoterma alta, que provocó salidas de ríos y, por ende, miles de damnificados y poblados bajo el agua como el caso de Licantén, que volvió a inundarse –antes, en 1986 y 2008– por la crecida del río Mataquito, o Coltauco, que se anegó en un 80% por el desborde del Cachapoal. En un país que podría definirse, como dice Iturriaga, como un territorio cruzado por torrentes con dinámicas intensivas, donde los episodios de este tipo se repiten con mayor frecuencia cada vez, agudizados por el cambio climático, debiesen existir estrategias que permitan anticiparse y mitigar los devastadores efectos del agua.
Jorge Gironás, profesor de Ingeniería UC y subdirector Cedeus (Centro de Desarrollo Urbano Sustentable), explica que los ríos en Chile son cortos y torrentosos: ‘No son navegables, son de alta pendiente, van de 6 mil a 0 metros en 200 km –lo que los hace más intensos–, y hay un transporte importante de sedimentos desde la cordillera y precordillera’. Este es un escenario muy distinto a lo que ocurre en algunas ciudades europeas en las que, al haber más planicie y mayores extensiones, ríos como el Sena, el Támesis, el Rin o el Danubio pueden ser navegables, proyectando de este modo una imagen idealizada de los caudales.
El problema que advierte Gironás es que, además de esa condición de nuestros ríos, las ciudades van creciendo, los suelos se impermeabilizan y no hay conocimiento transversal sobre cuál es la llanura o planicie de inundación de un cauce (el área que se activa con una crecida significativa). ‘Tú tienes el derecho a saber si vives en esa zona de riesgo, pero acá no existe una herramienta oficial, no siempre está calculado. Y es difícil para el ciudadano acceder fácilmente a esa información. En Estados Unidos, por ejemplo, puedes asegurar tu casa ante una crecida, pero si vives en la planicie de inundación nadie la va a asegurar’, explica.
Para el ingeniero, en esas áreas, delimitadas en diversos estudios, y con distintos grados de riesgo según el período de retorno del río (herramienta de medición), debiese haber una prohibición de habitarlas, o bien, definir restricciones. Por ejemplo, donde el agua llega con mayor frecuencia, permitir solo muelles o bocatomas; más lejos, dar paso a una superficie recreacional o de vegetación, y, finalmente, establecer la zona habitable. Y promover traslados en situaciones críticas, como se hizo con Chaitén por la erupción del volcán en 2008. En su opinión, una mera obra de infraestructura hidráulica podría ser contraproducente, porque ‘tratas de mitigar el riesgo, pero aumentas la exposición y la vulnerabilidad’.
En Holanda, como cuenta Iturriaga, se generó el movimiento ‘Make room for the river’, que ha logrado controlar y manejar las crecidas con obras de infraestructura, pero también devolviéndoles espacio a los ríos. ‘El problema es que en Chile aún es casi inconcebible pensar en demoler casas (situadas en planicies de inundación), porque las necesidades son muchas’, dice Iturriaga.
Otra de las consecuencias de la pandemia fue la aparición de muchos asentamientos irregulares en las riberas, lo que ha intensificado el fenómeno. Y su presencia va acompañada de microbasurales y descargas de aguas grises. Si a todo esto se suma el despojo de vegetación ribereña y la histórica extracción de áridos que, cercana a los puentes, puede ser muy dañina para las obras viales, el panorama no es muy alentador.
Entonces, ¿cómo podrían mitigarse los efectos de las crecidas de ríos? Dependerá de las distintas realidades; sin embargo, estrategias tradicionales como canalizaciones, defensas u obras de almacenamiento no bastan en algunos casos y van quedando obsoletas ante la intensidad de los fenómenos. La tendencia apunta a usar soluciones cuya base está en la naturaleza, como se ha hecho en otros países con experiencias exitosas. El académico UC y director del Laboratorio de Paisajes e Infraestructuras Verdes, Osvaldo Moreno, sostiene: ‘No se trata solo de identificar y delimitar las zonas de riesgo, algo en lo que se ha avanzado de manera sustancial, sino planificar y diseñar; y en eso la arquitectura del paisaje puede entregarnos buenas herramientas para proyectar parques urbanos, reservas, áreas de conservación, etc. Dar a esos lugares un potencial social, cultural y medioambiental, con lo cual también se alejan las malas prácticas, como las tomas de terrenos’.
Aunque Gironás evita llamarlos parques inundables, sino más bien cauce natural cuya planicie se ocupa con un parque, considera que es mejor algo atractivo a que no haya nada. Moreno apunta a proyectos de recuperación de suelos, sistemas de humedales donde las aguas se aquietan, se retienen e infiltran, y el uso de vegetación local y riparia. Su propia oficina desarrolló el Parque Urbano Isla Cautín en Temuco, donde se implementa un sistema de manejo hidroecológico a partir de la creación de humedales y praderas inundables. Estos albergan aguas pluviales urbanas provenientes del estero Pichicautín, reduciendo el riesgo de desborde y afectación por inundaciones. Asimismo, cita como buen ejemplo el proyecto Kaukari del arquitecto Teodoro Fernández, cuyo diseño amortigua las crecidas del río Copiapó. En el mundo también hay buenas soluciones, como el parque Luis Buñuel en Zaragoza, que protege de los aumentos de caudal del Ebro, o el Mill River Park, en Connecticut, que recupera las riberas del río del mismo nombre. Y en Asia los ejemplos son numerosos, ya que tienen muchos ríos y ciudades que crecen sin parar. ‘Ellos han entendido que estos sistemas naturales son claves para que las urbes se sostengan’, dice Moreno.
Iturriaga también apunta como estrategia a generar una rehabilitación ecológica en la que participen las comunidades. ‘Aguas abajo –en el Mapocho– existen planes de restauración, recorridos guiados para el aprendizaje de ecosistemas, para generar conocimiento, pero también para activar la sensibilidad. En la medida que conoces, aprendes a querer tu patrimonio natural (ayudaría, por ejemplo, no botar basura). Es bien increíble que la gente no sepa dónde nace el Mapocho y cómo llega al mar. Hay que fomentar la cultura de río’.